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Journalistic text (English into Spanish)

 

 

Cuenta la leyenda que los primeros pobladores polinesios arribaron con sus canoas en Anakena hace unos mil años tras una travesía de más de mil kilómetros por el Pacífico. Bajo esa luna y esas mismas estrellas, Tuki, artista de treinta años, se sentó en la arena y miró embelesado las colosales estatuas antropomorfas: los moáis. Se cree que aquellos colosos, esculpidos hace cientos de años en toba volcánica, personificaban los espíritus deificados de los ancestros.

Los ladridos de los perros callejeros y el cacareo insomne de los gallos retumbaban. Tuki se estremeció bajo el azote de una de ráfaga de viento gélido procedente de la Antártida. Tuki es un rapanui, un indígena polinesio oriundo de Rapa Nui, el nombre que dan sus habitantes a la Isla de Pascua. Probablemente sus ancestros ayudaron a esculpir algunas de los cientos de estatuas que salpican las verdes colinas y las escarpadas costas de la isla.

Con apenas una superficie de 163 kilómetros cuadrados, la Isla de Pascua se sitúa a unos 3400 kilómetros al oeste de Sudamérica y a unos 2000 kilómetros al este de las islas Pitcairn, el archipiélago habitado más cercano. Tras la llegada de los polinesios, permaneció aislada durante siglos. Toda la energía y los recursos que emplearon para construir los moáis (que pesan más de 80 toneladas y cuya altura oscila entre los 6 y los 53 metros) procedían de la isla, pero cuando los exploradores holandeses llegaron a sus costas el domingo de Pascua de 1722, se encontraron con una cultura de la Edad de Piedra.

Chile se anexionó la Isla de Pascua en 1888, pero hasta 1953, dejó que una empresa escocesa la gestionara como un enorme rancho de ovejas. Mientras que las ovejas campaban a sus anchas, a los rapanuis se los relegó a la zona de Hanga Roa. En 1964 se rebelaron y lograron que se les concediera la ciudadanía chilena y el derecho a elegir a su propio gobernador. “Nuestro patrimonio es la base de nuestra economía, y ustedes no están aquí por nosotros sino por ese patrimonio”, dijo el gobernador, Luz Zasso Paoa, refiriéndose a los moáis.

Recientemente, los moáis se han visto involucrados en un debate mayor que enfrenta dos visiones opuestas de la historia de la isla –y de la humanidad en general. La primera, explicada con gran elocuencia por el ganador del premio Pulitzer Jared Diamond, presenta la Isla de Pascua como una parábola admonitoria: el caso más extremo de una sociedad que se autodestruye deliberadamente arrasando su entorno natural. La pregunta que plantea Diamond es si nuestro planeta puede evitar esa misma fatalidad. La otra visión sostiene que los antiguos rapanuis son la viva manifestación de una resiliencia y candidez humanas dignas de inspiración, cosa que se plasma en su capacidad de haber trasladado y levantado estatuas gigantes de piedra a lo largo de kilómetros de terreno irregular.

Jared Diamond toma mucho de la obra de Flenley al afirmar en su libro Colapso, publicado en 2005 y que tuvo gran influencia, que los antiguos rapanuis cometieron un ecocidio intencionadamente. Alega que tuvieron la mala fortuna de asentarse en un entorno extremadamente frágil: una isla seca, fría y remota, a la que el polvo del viento y la ceniza volcánica poco fertilizan (sus volcanes están dormidos). Los isleños diezmaron los bosques para procurarse leña y construir granjas; bosques que nunca volvieron a regenerarse. Cuando la madera empezó a escasear, dejaron de construir canoas para pescar y se comieron a las aves. Las cosechas cada vez eran peores debido a la erosión del suelo y, antes de que los europeos llegaran a la isla, el pueblo rapanui ya había caído en una guerra civil y en el canibalismo. Según cuenta Diamond en su libro, “el declive de esta remota civilización es un claro ejemplo de sociedad que se destruye a sí misma al sobreexplotar sus propios recursos”.

El etnógrafo y explorador noruego Thor Heyerdahl, cuyas expediciones por el Pacífico contribuyeron a despertar la curiosidad del público general sobre la Isla de Pascua, creía que los moáis habían sido levantados por preincas del actual Perú y no por un pueblo polinesio. Erich von Däniken, el escritor suizo autor de best-sellers como Recuerdos del futuro, estaba convencido de que sus creadores habían sido alienígenas varados en nuestro planeta. La evidencia lingüística, arqueológica y genética corrobora que los escultores de los moáis eran polinesios, pero no revela cómo trasladaron a sus colosos. Los investigadores tienden a asumir que los arrastraban. Sin embargo, como sostiene Tuki, “los expertos pueden decir lo que quieran, pero nosotros sabemos que las estatuas se movieron por su propio pie”. En la tradición oral rapanui, los moáis fueron animados por el mana, una fuerza espiritual que les transmitían sus poderosos ancestros.

 

 

 

 

Literary text – The Plough and the Stars, play by Sean O´Casey

 

Extracto de El arado y las estrellas, págs. 139-143

 

 

Peter entra en la habitación con la cabeza alta y el resentimiento ardiéndole en los ojos. Todavía está en camiseta interior y pantalón, aunque ahora calza unas botas con los cordones desatados, posiblemente para mostrarse un poco más decente ante la señora Gogan. Lleva una camisa blanca colgando del brazo. La deja en el respaldo de la silla que está junto a la chimenea y se dirige a la cómoda. Abre todos cajones, dejando a su paso un revoltijo de sábanas que antes estaban cuidadosamente dobladas. No encuentra lo que busca. Enfadado, vuelve a guardar las sábanas de cualquier manera y cierra los cajones con brusquedad.

 

PETER

¡Dios todopoderoso, dame de paciencia! (Agarra la camisa con furia y vuelve a la habitación de la que ha venido.)

 

SRA. GOGAN

¿Qué tripa se le ha roto a este ahora?

 

 

FLUTHER 

Se está acicalando para la manifestación de esta tarde. (Saca una octavilla del bolsillo y lee.) «Manifestación multitudinaria con marcha a la luz de las lámparas por los puntos de la ciudad consagrados a la memoria de los patriotas irlandeses. Concluirá con un mitin en el que se jurará lealtad a la República Irlandesa. Punto de encuentro: Parnell Square, a las ocho de la tarde». Pues a mí, que me esperen sentados, que no tengo yo cuerpo para esto. Es que ahora soy de secano, ¿sabe usté? Llevo tres días sin probar ni gota y ya me siento un hombre nuevo. (Vuelve a la entrada izquierda.)

 

SRA. GOGAN

Ese Peter… Qué hombrecillo tan raro. Me recuerda a una figurilla del árbol de Navidad. Siempre que se pasea por ahí en calzoncillos me pregunto de dónde habrá salido la criatura. Que Dios me perdone, pero cada vez que lo veo de esa guisa, me da por pensar que su padre debe haber sido un mormón de esos. ¡Y lo mal que se lleva con Covey! Siempre están enganchados, a ver quién queda por encima de quién. Un día de estos se liarán a palos, se lo digo yo.

 

FLUTHER

¿Y cómo es que Clitheroe de golpe y porrazo se ha desentendido del Ejército Ciudadano? Hasta hace un par de meses, raro era verlo sin la pistola y el puño rojo del Liberty Hall en el sombrero.

 

SRA. GOGAN

Porque no lo han hecho capitán. Ese no iba a meterse en jardines si no era para pavonearse. El muy gallito estaba tan seguro de que iban a nombrarlo capitán que hasta se compró uno de esos cinturones militares, un… Sam Browne de esos. Se lo ponía a diario y, a la menor oportunidad, se quedaba plantado en la puerta del bloque para que todo el mundo lo viera. Hasta que le cayó el jarro de agua fría. ¡Yo creo que hasta se iba a la cama con el dichoso cinto! Y anda que no se alegró su mujercita cuando ese gallo no le cantó, porque la que cacarea a base de bien es ella cada vez que pierde de vista al maridito. (Mientras dice ese párrafo, coge un libro de la mesa, lo mira acercándose mucho y lo vuelve a dejar en su sitio. Luego coge la espada y la examina.) Esta debe de haber sido de un general por lo menos… Mire el encaje dorado y todos los perifollos que tiene… Aparte de que le dobla el tamaño al dueño.

 

Fluther cruza el escenario por detrás del sofá y de la mesa, donde la señora Gogan está examinando la espada. Se coloca a su izquierda y se pone a mirar la espada también.

 

 

FLUTHER

(Con desprecio.) Un sonajero es lo debería tener ese, siendo un mocoso como es, y con esos pensamientos de lo que le va a pasar el Día del Juicio.

 

Entra Peter y, al ver a la Señora Gogan con la espada en la mano, se precipita hacia ella y se la arrebata. Resentido, se marcha por donde ha venido con aire marcial y sin mediar palabra.

 

 

SRA. GOGAN

¡Huy, perdone usté! (Dirigiéndose a Fluther.) Fluther, ¡habrase visto qué malos humos!

 

 

FLUTHER 

Bah, no le haga ni caso… Parece medio bobo, pero cuando le tocan la fibra o lleva dos copas de más, se transforma. (Tose.)

 

 

SRA. GOGAN

(Con aire ominoso.) Parece que se ha acatarrado usté, Fluther.

 

 

FLUTHER

(Despreocupado.) Bah, es un resfriadillo de nada.

 

 

SRA. GOGAN

Pues cuídese, Fluther, aunque sea un resfriadillo de nada. Porque yo tenía una conocida –una mujerona toda colorada, oronda como ella sola… andaba un poco raro, si te fijabas bien… con dos brazos como dos grúas con los que podría levantar una casa de dos pisos… Y un día se levantó con un cosquilleo en la garganta y una tosecilla. A la mañana siguiente, se le había cogido un poco al pecho. Y apenas si llegaron a mojarle los labios a la buena señora con un poco de ron cuando se fue al otro barrio. (Mira la camisa y empieza a juguetear con ella.)

 

 

FLUTHER

         (Poniéndose nervioso.) Es un catarrillo sin más. No me pasa nada despectivamente malo. 

 

 

SRA. GOGAN

No sé yo. Más de uno estará ahora mismo apurando una pinta. O pensado en alguna mujer. O apostando a un caballo. O trabajando, como usté ahora, sin tener ni idea de que el coche fúnebre, tirado por esos caballos con penachos negros, va camino de su casa, y una voz que no oye le susurra al oído: «polvo eres y en polvo te convertirás».

 

 

FLUTHER

(Más nervioso.) Cuando uno está más sano que una manzana, no hay razón para infectar la mente con esos pensamientos porque… (tose y se acobarda del todo.) ¡Dios! ¡A ver si se me ha cogido al pecho a mí también! Porque… no es bueno pensar en cosas tan macabras.

 

 

SRA. GOGAN

Sí y no. Es bueno y malo a la vez. Porque a servidora le da una satisfacción de imaginarse en uno de los coches del cortejo fúnebre, llorando al muerto, pensando que el siguiente funeral podría ser el mío y, al mismo tiempo, alegrándome para mis adentros de que sea el de otro

 

 

FLUTHER

(Aprensivo.) ¡Parece que me falta un poco la respiración! Espero no haber pillado nada despectivamente malo…

 

 

SRA. GOGAN

(Examinando la camisa de Peter.) ¡Con encaje y todo! Como enagua de señorita.

 

 

FLUTHER

(Muerto de miedo.) Ahora tengo calor, ahora frío…

 

 

SRA. GOGAN

     (Enseñándole la camisa a Fluther.) Fluther, no me diga usté que no le gustaría enfundarse este camisón de alcalde.

 

 

FLUTHER

¡Al diablo con el camisión y con usté! ¿Le parece bonito restregarle por la cara a un hombre preocupadísimo por su salud una prenda que parece una mortaja de casa fina?

 

 

SRA. GOGAN

Huy, usté perdone… 

 

 

Entra Peter otra vez por la entrada de atrás del telón. Al ver a la señora Gogan con su camisa, se va hacia ella como una bala, se la arrebata, deja la camisa de nuevo en el respaldo de la silla y se va por donde ha venido.

 

 

PETER

         (Sale de escena gritando.) ¡Dios todopoderoso, dame paciencia!

 

 

SRA. GOGAN (A Peter.)

Huy, ¡perdone usté también!

 

 

Se oye el griterío jubiloso de los obreros que están arreglando la calle seguido del estruendo de las herramientas al soltarlas sin cuidado en el suelo. Después, silencio. El fulgor de una lámpara de petróleo disminuye hasta apagarse.

 

 

SRA. GOGAN

         (Corriendo a la habitación de atrás para fisgar por la ventana.) ¿Qué les pasa a los obreros, que están tan contentos?

 

 

FLUTHER

(Débil, sentándose en una silla.) Uno no puede ni estornudar y ya está esta queriendo saber el cómo y el porqué de todo. ¡Qué mareo tengo, madre! Espero que todo esto no sea por haber dejado la cerveza de golpe…

 

 

Covey entra por la izquierda. Tiene unos veinticinco años. Es alto y delgado. Las líneas de su rostro conforman una perpetua protesta contra la vida tal y como él la concibe. Tiene dos grandes surcos que van desde la nariz hasta las comisuras de los labios, como dos tirantes que le sujetaran la boca. Habla con voz cansada y quejicosa, alargando las palabras, acelerándose un poco solo cuando se sulfura. Lleva puesto un mono de trabajo y un corbatín color rojo vivo. Se quita la gorra y la tira encima de la mesa con un gesto de desprecio. Luego empieza a quitarse el mono.

 

 

SRA. GOGAN

(A Covey, volviendo a la habitación principal.) Covey, ¿qué está pasando ahí fuera?

 

 

COVEY 

(Con desdén.) Hemos parado de trabajar. Han movilizado a los obreros para que marchen en la manifestación de esta tarde bajo el arado y las estrellas. ¿No ha oído los gritos de alegría que daban los condenados? Van a renovar sus votos bautismales de lealtad política in seacula seaculorum.

 

 

FLUTHER

(Indignado, olvidándose del resfriado.) ¿A santo de qué viene meter a la religión en eso? Yo digo que a la religión merece tan respeto que hay que mantenerla siempre al margen de estos temas.

 

 

COVEY

(Haciendo una pausa al desvestirse.) Así que usté es uno de esos que tienen la religión en tan alta estima que solo van a misa de Pascuas a Ramos por no abusar de ella. Supongo que también irá al mítin, a cantar cancioncillas sobre Sion y la colina de Tara.

 

 

FLUTHER

Todos somos irlandeses, ¿no?

 

 

COVEY

(Extiende una mano, con tono profesional.) Mire, camarada: en este mundo no hay ni irlandeses, ni ingleses, ni alemanes, ni turcos. Solo hay seres humanos. Científicamente hablando, todo se reduce a la unión aleatoria de átomos y moléculos.

 

 

Entra Peter con un cuello de camisa almidonado en la mano. Cruza por delante del sofá y se dirige al espejo que está en la pared de la izquierda, encima de la chimenea. Empieza a ponérselo frente al espejo. Entretanto, Fluther se levanta de la silla, avanza hacia Covey y se detiene a su derecha.

 

 

FLUTHER

¡Átomos y moléculos! ¿De verdad te piensas, chaval, que me vas a llenar a mí la cabeza con esas ideas retorcidas del diablo?

 

 

COVEY 

(Alzando la voz.) ¡Del diablo, dice! Hasta la Iglesia le dirá que los moléculos no son más que millones de átomos que se juntan entre sí. De sodio, de carbono, de potasio, de yodo…. Y según cómo se juntan, forman una flor, o un pescado, o una estrella como las que brillan en el cielo, o un hombre con cabeza como yo, o con ella hueca, como usté.

 

 

FLUTHER

(Alzando la voz más aún.) ¿Qué necesidad tienes de levantar la voz? ¿O es que ahora la inteligencia se mide en decibelios?

 

 

PETER

(Peleándose con el cuello de camisa.) ¡Dios todopoderoso, dame paciencia! Esta mujer me pone tanto almidón en los cuellos que se quedan más tiesos que una placa de acero inoxidable. ¡Lo hace a propósito para darme en las narices! Si no puedo ponérmelo ni con la camiseta interior, ¿cómo demonios me lo voy a poner con la camisa?